La primera vez que le traje a casa, mi perro olía a perro. Su olor no era
de perfume fino, ni a aire acondicionado de la tienda de mascotas; alguien le
abandono a las afueras de la veterinaria y de pura casualidad yo pasaba por
allí.
Mi perro olía a orines, un poco a leche quizá del último momento con su
madre. Mi perro olía a perro, a aliento de cachorro, ese olor que siempre ha
conquistado mi corazón. Horas después y luego de una revisión médica y de
su primer vacuna, mi ropa, mi carro y mi casa nuevamente huelen a perro.
Al llegar a casa tuvo su primer baño con shampoo y agua caliente. Ella
siempre está muy limpia pero mi casa
siempre huele a perro. Huele a desveladas constantes al apaciguar su llanto para
darle confort mientras se adapta a su nuevo hogar.
Huele a entrenamiento para
llevarle a hacer pipi; debe aprender que
orinar en el jardín es mejor que hacerlo en la alfombra.
Mi perro huele a perro. Huele a sus
ansias por descubrir el mundo, a la espera de que sea su hora de comer o de
pasear por allí. Mi perro huele a perro,
huele a deseos de jugar. Ella cree que levantarse a las 2 am para
llevarle a hacer pipi significa que también es hora de divertirse, pero es tiempo de aprender.
Huele a perro mientras aprende
que cuando camino no es buena idea
morderme los pies porque puede golpearse entre mis pasos.
Ahora sabe esperar para ir al baño, entiende que cuando debe ir a la cama y
se queda sola ya no debe llorar desconsolada porque tiene un hogar, sabe que
tendrá su beso de buenas noches aunque huela a perro. Entiende que a la hora
dormir no tiene por qué estar ansiosa porque al día siguiente verá mi rostro de
nuevo y estaré allí para cuidarle aunque mi perro
huela a perro.
Huele a perro cada mañana cuando va con alegría a buscarme a la cama o cuando yo voy a la de ella para darle
su beso de buenos días. Mi perro huele a
perro cuando me despido de ella con una oración pidiéndole al Dios del Cielo
que la cuide de todo mal. Mi perro huele a perro y aun así yo me despido
acariciándole.
Mi perro huele a perro, se que está allí. Donde quiera que yo esté ella también está. Si estoy afuera está conmigo,
cuando estoy adentro esta allí. Cuando preparo la comida se sienta a mi lado
porque sabe que con su mirada hará que le ofrezca algo de lo que estoy
preparando.
En mis horas de trabajo o en mi descanso está allí como una sombra que me
acompaña. Mi perro, mi casa, mi vida huele a perro. Amo besar sus orejas, siempre están tibias y forman un triangulo caído, huelen a perro.
Mientras me acerco a abrazarle, sus ojos solo reflejan amor. Amor es lo que espera recibir, amor es lo que siempre obtiene aunque mi perro huele a perro. Cuando le abrazo huele a perro. Le acurruco unos segundos, lo más que pueda. Me gusta olerle porque mi perro huele a perro. No pretendo que huela diferente, huele a todo lo que he aprendido de ella, huele a todo lo que ha aprendido de mí, huele a todo lo que hemos aprendido juntas.
Huele a juguetes, a
frazadas, a sonrisas, a regaños, a veces huele a pedo, pero lo mejor de todos
es que cada cosa que me rodea me recuerda que
mi perro huele a perro.
No puedo evitar verle sin sonreír. Le contemplo mientras duerme algunas
veces en su posición fetal, otras como si estuviera practicando karate con sus
patitas torcidas hacia arriba. ¡Cuán afortunada soy! Es un ser inofensivo. Le
gusta echarse como león y a veces actúa como tal cuando intenta protegerme
aunque por su tamaño y fuerza sé que no
podría contra nadie, pero su corazón y su coraje para hacerlo arrasarían con el
mundo.
Mi perro huele a perro, huele a ternura, a inocencia, a alegría, a compañía,
a amistad. Huele a emoción por verle nuevamente el día siguiente luego de
ponerle en su cama a descansar. Mi perro huele a perro.
Mi mundo huele a perro
y no pretendo que huela a algo más.